Pensé, ésto no puede durar por más
tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras
penas abrir los párpados. Ojos desentrenados a ver tanta luz.
Comprendí que algo había cambiado, las cortinas del todo corridas y
una claridad que como una gran verdad arrojada sobre una, dolía.
A mi izquierda, la mesilla de siempre
pero sin la transparente caja de la medicación, una ficha en la que
dificultosamente pude leer mi nombre y unas cuadrículas en blanco,
como esperando a ser rellenadas próximamente ...próximamente, pero
¿Qué querrían hacer ahora conmigo?
Ninguna explicación, como de
costumbre. Aceptar sin rechistar un estado alargado en el tiempo de
pesadumbre y agonía, sin ningún entendimiento hacia lo que me
ocurría. Sin posibilidad de cuestionamiento, opinión o reflexión.
Sin planificación alguna por mi parte y de cierto escepticismo hacia
los tratamientos que recibía, que más que paliar el dolor, perecía
que lo postergaban en un intento de utilizarme como un vulgar cobaya.
De repente, pasos. Tras las cortinas
un murmullo en voz baja. Y una señal acústica intermitente que
indicaba una nueva intervención. Mi cuerpo se retorcía frente a ese
sonido, los pies quisieran haber corrido hacia cualquier, y repito,
cualquier otro lugar.
Pero no, seguía en el mismo sitio.
Para algo me habían atado, para algo los sedantes, para algo tanta
incomunicación hacia las personas que sabían que existía y no
habrían aceptado sin más, mi desaparición.
Recordaba en mi lecho, aquel fatídico
día, cuando los platillos alcanzaron nuestro planeta azul. Ese tan
bello, que debieron observar por lustros con recelo.
Ese al que
apenas cuidábamos, por no decir, vilipendiábamos. Agotamiento,
cuando no, contaminación de recursos naturales en un afán de vivir
al margen de una posible propia extinción.
Y llegaron ellos, un buen día
salieron en las noticias a tiempo real y de repente unas
interferencias en el televisor y alguien que anunciaba el fin de la
emisión.
Desde entonces, todo cambió.
Asumimos un cambio en nuestra vidas en lo que vino a llamarse la
“dominación”. Trabajamos más que nunca y nunca con labores tan
bien asignadas según nuestra cualificación. Se notaba que en éso
nos llevaban ventaja.
Todo, por y para el sistema, nuestras
necesidades vitales secundadas, satisfechas de la manera más parca
jamás imaginada. Se acabó la degustación de los alimentos, la
sensación de un fuerte abrazo, el coito libre, un paseo para
disfrutar del paisaje.
Todo, absolutamente todo, pasó a estar
tremendamente planificado y no precisamente por nosotros.