jueves, 31 de enero de 2013

En el reverso de la dominación (capítulo I)

La cama era dura, las correas oprimían mis brazos y piernas, una vez más con la boca tremendamente seca, de tanta pastilla multicolor y esas sacudidas como agujas que recorrían todo mi cuerpo. 

Pensé, ésto no puede durar por más tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras penas abrir los párpados. Ojos desentrenados a ver tanta luz. Comprendí que algo había cambiado, las cortinas del todo corridas y una claridad que como una gran verdad arrojada sobre una, dolía.

A mi izquierda, la mesilla de siempre pero sin la transparente caja de la medicación, una ficha en la que dificultosamente pude leer mi nombre y unas cuadrículas en blanco, como esperando a ser rellenadas próximamente ...próximamente, pero ¿Qué querrían hacer ahora conmigo? 

Ninguna explicación, como de costumbre. Aceptar sin rechistar un estado alargado en el tiempo de pesadumbre y agonía, sin ningún entendimiento hacia lo que me ocurría. Sin posibilidad de cuestionamiento, opinión o reflexión. Sin planificación alguna por mi parte y de cierto escepticismo hacia los tratamientos que recibía, que más que paliar el dolor, perecía que lo postergaban en un intento de utilizarme como un vulgar cobaya.

De repente, pasos. Tras las cortinas un murmullo en voz baja. Y una señal acústica intermitente que indicaba una nueva intervención. Mi cuerpo se retorcía frente a ese sonido, los pies quisieran haber corrido hacia cualquier, y repito, cualquier otro lugar.

Pero no, seguía en el mismo sitio. Para algo me habían atado, para algo los sedantes, para algo tanta incomunicación hacia las personas que sabían que existía y no habrían aceptado sin más, mi desaparición.

Tantas horas allí postrada me hicieron reflexionar sobre el sentido del dolor físico, sobre lo maravilloso de estar viva, exenta de esa sensación. Cómo agradecería un día cualquiera, con los problemas ocasionales que tuviera, derivados del día a día sin más, pero con cierta libertad. La poca que permitía ya mi sistema, algo frustrante en pleno 2021. La poca que sientes cuando naciste en tiempos mejores que se han ido apagando por la dominación.
 
Recordaba en mi lecho, aquel fatídico día, cuando los platillos alcanzaron nuestro planeta azul. Ese tan bello, que debieron observar por lustros con recelo. 
Ese al que apenas cuidábamos, por no decir, vilipendiábamos. Agotamiento, cuando no, contaminación de recursos naturales en un afán de vivir al margen de una posible propia extinción. 
 
Y llegaron ellos, un buen día salieron en las noticias a tiempo real y de repente unas interferencias en el televisor y alguien que anunciaba el fin de la emisión.

Desde entonces, todo cambió. Asumimos un cambio en nuestra vidas en lo que vino a llamarse la “dominación”. Trabajamos más que nunca y nunca con labores tan bien asignadas según nuestra cualificación. Se notaba que en éso nos llevaban ventaja.

Todo, por y para el sistema, nuestras necesidades vitales secundadas, satisfechas de la manera más parca jamás imaginada. Se acabó la degustación de los alimentos, la sensación de un fuerte abrazo, el coito libre, un paseo para disfrutar del paisaje.

Todo, absolutamente todo, pasó a estar tremendamente planificado y no precisamente por nosotros.

En el reverso de la dominación (capítulo II)

Empezaron con negarnos los vínculos emocionales con nuestra propia familia para acabar obligándonos a cópulas prescritas con sujetos desconocidos y con las consecuentes gestaciones de individuos los cuales, transcurridos los primeros meses de lactancia, eran arrebatados de sus madres para, vete a saber que extraña misión.

Lo que hacían conmigo no era más que una burda experimentación. Me habían elegido para estudiar el umbral de dolor en humanos. 

Nadie me había informado, pero lo sabía. No podía tratarse de cualquier otra cosa. A estas alturas de la película, era evidente el sentido de tanto padecimiento. El por qué a mí y no a otro o a otra, pudiera ser un misterio pero lo que realmente me importaba era cómo escapar, algo nada viable por las condiciones en las que me encontraba. 

Aunque la cabeza todavía me funcionaba, seguro que algo más de lo que a ellos les hubiera gustado jamás.

Sabía que lo próximo eran inyectables, un aparato diseñado para puncionar la piel estaba sobre la cuartilla de papel. 

La tortura a la que era sometida iba viento en popa para ellos y mi miedo no cabía ya en mi cuerpo. Era lo que pretendían. Dolor máximo y estrés, causado por el desconocimiento de lo que te iba a suceder.

Los pasos se acercaron, la enfermera o lo que fuere, porque sus atuendos no eran tales, se acercó a mí y con unos ojos inexpresivos y gélidos me palpó las mejillas y observó las venas de mis brazos. 

No era nada ni nadie para ella, suponía su sexo femenino por el alargamiento de sus miembros y de su rostro, en comparación con los otros, de facciones más cuadradas y recias, que debieran ser de sexo masculino.

Ya llevábamos tiempo conviviendo, por llamarlo de alguna manera, con estos seres venidos de otro planeta, posiblemente de otra galaxia. Pero, quien nos gobernaba y todos los científicos que estudiaban la posibilidad de que ocurriera algo como lo acontecido recientemente en la tierra con tal invasión, no podían estar tan desinformados.

Algo se había ocultado a la población tendenciosamente, una trama a nivel mundial había existido sin lugar a dudas para que ésto pudiera ocurrir, de la manera tan sutil y aparentemente lógica como nos la habían vendido. Según la única fuente de información a la que teníamos derecho a recurrir, manipulada y dirigida más aún que cuando imperaba el poder humano, ellos habían venido a salvarnos, a redirigir nuestro rumbo en aras de la salvación del planeta. 

Ahora la selva era más selva, y nuestros excrementos eran meticulosamente reutilizados, nuestras dietas totalmente prescritas, como si de una medicación se tratase.

Habíamos claudicado al control total de nuestras vidas, o éso, es de lo que se trataba. Lo cierto, es que por mis venas, quedaba, pese a todo, cierto poder de resistencia. Cierta capacidad de recuerdo sobre vivencias pasadas que me animaban a una rebeldía necesaria para seguir.

Lo habían intentado todo, para anular tales tendencias revulsivas a su presencia y dominación. Pero aún quedábamos ciertos especímenes con resquicios, y tal vez por ello, yo y unos cuantos más, suponía, nos encontrábamos en tal situación.

La susodicha enfermera, tras una mampara desapareció. Y otra vez el silencio y la espera, en una sala inocua y esencialmente blanca, es lo único que por largas horas, me quedó.

En el reverso de la dominación (capítulo III)

Tal vez la separación de mis hijos fuese de lo más estremecedor que me había pasado. Una buena mañana los sacaron del colegio sin más, subidos a un autobús hacia unos centros de formación desconocidos, internados de alto rendimiento me dijo el conserje, cuando horas más tarde me telefoneó.

Ya no me pertenecían, si es que me habían pertenecido alguna vez. Pequeños seres a los que intenté educar con la mayor libertad posible, dándoles siempre recursos para poder aprovechar la cierta permeabilidad que sabía existía, entre el mundo real y el conformado en casa, donde se incentivaba la creatividad y la libre expresión, siempre y cuando se respetasen los pensamientos de los demás y, por supuesto, los turnos de palabra.


 Toda esa concienciada dedicación, ahora se veía avocada a un sistema estricto y jerárquico donde la competitividad entre iguales era premiada en detrimento del disfrute y el gusto por hacer las cosas. ¿De qué me sonaría ya ésto?
 
Sabía a ciencia cierta que me echarían de menos y su rescate en breve era algo que insuflaba mi tenacidad y empeño por liberarme de las correas y de este maldito sueño dominador en el que me veía sumergida.

Sabía que desde bien pequeña contaba con ciertas habilidades no del todo extendidas en los humanos, tales como la videncia, la telepatía, la intuición...todas ellas aprovechadas y sintetizadas en el día a día en un gran poder de persuasión, es decir, en la capacidad de lograr la confianza de cualquiera en un breve espacio de tiempo, cualidad ésta que bien se sabe, puede utilizarse para ayudar al prójimo o para intencionadamente, manipularlo.

Por todo ello, mi papel debía ser de aparente sumisión y casi total desinformación. El juego del desconcierto era de mis favoritos, sabía que cuando quería, funcionaba a la perfección.

Ahora entraban dos celadores altos y fornidos, me levantaron de la cama, apenas alcanzaba a rozar el suelo con mis pies, planeaba cogida de las axilas a través de una, dos y hasta tres salas, la cuarta resultó ser una pequeña habitación, me sentaron en una silla frente a una mesa con un monitor y se marcharon. Lo que más detestaba era su nulo olor.

Pasaron unos segundos, tenía frío, pero no ese tipo de frío consistente en una pérdida de calor. Era el frío al que yo llamaba , del corazón. Como cuando una se siente tan vapuleada que se olvida de su esencia, de su valor y rendida espera cualquier cosa con tediosa desilusión. Era lo que intencionadamente pretendían en mi: que no esperase ya nada. Que lo diera todo por perdido y aceptara sus propuestas con total abnegación.

La cara de uno de estos sujetos, llamémoslos de ahora en adelante, "virens" tal como eran harto conocidos por todos nosotros, los mortales todavía y no se sabe, por cuánto tiempo, presentes aquí en la tierra, apareció. Empezó a hablar, aunque su voz se escuchara con una ligera anacronía. Parecía que masticase chicle o rumiara antes de emitir sonidos, como si fuera algo que le supusiera un esfuerzo añadido y de habitual no lo hiciese. Entre ellos se comunicaban con la mente, de ahí mi gran posibilidad en todo este enjambre.

"¿Por qué cuestionas tanto lo que hacemos? Vas muy rápida con tu mente...¿A dónde quieres llegar? Vuestro único camino es el que hemos establecido y en él debéis confiar"

"Me educaron de este modo señor, a tener criterio propio y no creerme las cosas sin más.
No vea malas intenciones, soy un ser amigo y veo en vuestra presencia una oportunidad"

 "Si es cierto lo que tu dices, nos lo tendrás que demostrar. Tenemos una misión para ti y si quieres volver a ver a tus hijos, la tendrás que ejecutar. Sin vacilaciones ni cargas de conciencia de ningún tipo. ¿Estás dispuesta a cooperar?"
  






En el reverso de la dominación (capítulo IV)

Seguía sentada allí, esperando conocer en que consistiría mi supuesta cooperación. 
Pretendía mostrarme serena, aunque a duras penas podía aguantar tanto dolor.
Metálico, sería el calificativo más apropiado para designar tal situación.
 
Me esforzaba, con la única imagen en mi mente de mis hijos jugando, ajenos a toda esta sinrazón. La voz volvió a resonar en mi cabeza. Mantuve los oídos bien abiertos y un talante que ocultara mi anterior altivez y ese aspecto resabiado que en más de una ocasión me había dado más de un quebradero de cabeza.

Sabemos de lo que eres capaz. Conocemos tus altas dotes disuasorias y queremos hacer uso de ellas. Saldrás hoy mismo al exterior”

¿Hoy mismo? Si apenas me sostienen las piernas, señor”

Lo que tu padeces, digamos que no es más que una alucinación. Tu cuerpo está en perfectas condiciones pero te indujimos un estado de shock. No es más que miedo lo que te paraliza. Tu dolor extremo viene derivado de la desilusión. En realidad podrías haber muerto. La mente ya sabes que es prodigiosa y puede jugar malas pasadas...”

Tu misión consistirá en captar al mayor número de humanos. Debes difundir entre ellos que nuestra presencia en la tierra es beneficiosa para ellos. Puedes recurrir a los argumentos que se te ocurran pero no olvides de dejar en todos y cada uno de ellos la impronta y el buen regusto de quien se cree al fin reconfortado, de quien ha conseguido disipar sus dudas y al fin descansa, entregado en cuerpo y alma a la gran dominación”

Anda, mírame a los ojos y no pienses en nada.”

Miré a aquellos dos agujeros vacíos. Cloacas de alcantarilla que me abducían y mitigaban a la vez cualquier sensación. 
 
Ahora levántate, te acompañaran a por tus cosas pero antes escucha bien lo que te digo: Cualquier movimiento en falso y tu castigo será aplicado esta vez a tus hijos. Ellos no han sido adscritos todavía al programa de renovación. Pero un simple gesto en tu rostro que muestre disconformidad con tus palabras y sus mentes serán por así decirlo, reseteadas”

Al ponerme en pie me sentí liviana, plena. Era la de antes, aunque mi misión doblegara del todo las ansias de justicia que corrían por mis venas. 
¿Por qué extraña razón confiaban en mí?. 
¿De qué extraña manera ellos no detectaban mis pensamientos rebeldes?. 
Tal vez mis todavía desconocidas facultades, entrañaban la asombrosa capacidad de no permitir que mis pensamientos fueran leídos como en el resto de los mortales, tal vez mi alta capacidad de divulgación y persuasión pesaba más en su balanza y habían decidido arriesgar, tal vez era una prueba hecha a mi medida, un mal chiste como a veces resulta ser la vida.

Me giré para no volverme jamás hacia aquel lugar. Mis ropas eran de abrigo y el tiempo al que fui arrojada vendría a ser algo así como primaveral. Aunque ya para entonces, el calentamiento global no había hecho más que igualar sobremanera las estaciones, no distinguiéndose significativamente unas de otras.

Entré a un local de comidas y al entregar mi cartilla, la cumplimentaron con un cuño.
Ahora ya conocía el sentido de aquella cuartilla que tanto me asustó sobre la mesilla. En breves instantes una caja de cartón reciclado fue depositada ante mí, en su interior, un mejunje de verduras y cereales germinados humeaba. Me lo comí con recelo, no por su exquisito sabor sino por el hecho de ser deglutido fuera de aquel higiénico y claustrofóbico lugar. 

Por algo me habían siempre gustado los bares con cierta suciedad, grasilla acumulada que me recordaba a la vieja usanza de hacer fritangas insanas en gran cantidad.

En el reverso de la dominación (capítulo V)

De difundir se trataba mi misión, “spread around the world”, recordé las palabras que daban comienzo a mi trabajo fin de carrera. En mi caso eran utilizadas concienzudamente para remarcar que todo avance de carácter científico debía ser compartido de manera universal, sin posibilidad de lucro. 

Fue un simple gesto de desprecio hacia la explotación que hacían de nosotros, pobres hipotéticos estudiantes Erasmus, como mano de obra altamente cualificada que quedó en nada, puesto que la multinacional bioquímica que financiaba nuestras investigaciones nos prohibió tajantemente traernos en el viaje de vuelta a España información sobre lo investigado en cualquier tipo de soporte o difundirlo por cualquier medio, que no fuese el propio documento rigurosamente supervisado por ellos. Nada de éso hicimos, claro está. Es lo malo que tienen los jóvenes, que son difíciles de controlar.

Pensé en mi época como comercial de productos cosméticos, seguiría mis propios pasos, puesto que me dieron muy buenos resultados y me puse manos a la obra. Aquí una visita a unos despachos, allá un encuentro en una cafetería. 

Tracé un mapa por zonas de la ciudad en la que me encontraba. Poco a poco fui tachando barrios, pero un buen día, algo o alguien me detuvo en el camino. Fue en mitad de una explicación como me topé con ella, una chica pelirroja que empezó a ponerme pegas. De nada me sirvieron mis preparados argumentos, me los rebatía uno tras otro. 

Empecé a sospechar, era un “viren” que me ponía a prueba, aunque por sus formas no me lo parecía, o una espía al servicio de los “virens” a cambio de algún tipo de compensación tal como me estaba sucediendo a mí. Le pregunté su nombre, Alice, sabía sobradamente que pudiendo pensar lo que decía, jamás hubiera osada promulgarlo tan airosamente en plena calle. 

Pensé que podía ser una aliada, si ambas manteníamos la boca cerrada. A fin de cuentas, la cadena de espionaje debía presentar alguna fractura por algún lado y a ella, por lo menos, en ese preciso instante, no la estaban vigilando. Resultó pensar de manera parecida a mí, no tenía hijos, en cambio, su hermano había sido apresado repartiendo pasquines contradominatorios y la pena contra él consistiría en pasar a ser biomasa en una planta energética. 

La cité para quedar al día siguiente de un modo más discreto, pudimos entonces encontrarnos e intercambiadas algunas impresiones, decidimos boicotear sendas misiones haciendo de las nuestras de un modo paralelo, es decir, utilizar nuestros itinerarios para encontrar adeptos, aunque en lo aparente, todo pareciese que fuéramos buenas colaboracionistas de la dominación. No nos fue muy difícil establecer contacto con la asociación a la que pertenecía su hermano. Para ello tuvimos que utilizar identidades falsas.

Pronto, los “virens” se pusieron en contacto conmigo, lejos de querer leerme la cartilla, como en un principio pensé, fruto de algún descuido, querían premiarme de algún modo por el buen trabajo que estaba llevando a cabo. 

Me permitirían hablar por teleconferencia con mis hijos, esa misma noche. El corazón me dio un vuelco, mis hijos...lo más preciado.


La posibilidad de que fueran introducidos en un programa de renovación era angustiosa, pero mi legado, lo que yo les iba a dejar, siempre supe qué consistiría en algo muy distinto al dinero, el poder o nada que se le pareciera.

Mamá ¿dónde estás? ¿qué haces?”. Debía mostrarme tranquila, que para nada detectasen mi preocupación, ni atisbo de miedo, sólo confianza y serenidad. Debía ser, precisamente con ellos, la reina de la falsedad. Yo, justamente, que me juré y perjuré no decirles nunca mentira alguna.



En el reverso de la dominación (capítulo VI)

Pasados escasos dos meses eramos alrededor de mil seiscientas personas, la estructura ramificada, que no jerarquizada, que le habíamos dado, permitía que cada miembro pudiera captar a su vez, a otros cuatro y de esta manera, cada uno de ellos se convertía en cinco en apenas unos días, así sucesivamente. 

De este modo fue como en los primeros tres días conseguí que siete personas pasaran a ciento cuarenta y siete sin apenas esfuerzo por mi parte, tan sólo, el de ser de un pulcro riguroso en la selección de estas siete primeras, para ello, la meticulosidad en la observación, no dejándose llevar por las apariencias externas era de vital importancia.

A estas alturas de la vida, sabía de sobra, que ciertos toques rompedores en la indumentaria (aunque leves, puesto que el uniforme que nos hacían llevar admitía ciertos matices, tales como llevar las solapas de la camisa levantadas, los pantalones con el dobladillo del revés o el pelo, aunque corto, para facilitar nuestra identificación, más o menos desaliñado) inducían a menudo, a todo lo contrario, ya se sabe, ese afán por demostrar que se era diferente, significaba precisamente éso, que el individuo pudiera verse a sí mismo como alguien por encima de la media, lo que lo convertía en innumerables ocasiones, en alguien que se creía merecedor de más, o sea se, en un sujeto clasista.

No es que pretendiera que el comunismo campara a sus anchas, pero, mi educación me había hecho ver en el uniforme, a un buen aliado frente a tanto consumismo trasnochador, hortera y sin sentido.

Pero por mucho que una cuide los detalles, es humana, todavía humana. La infinidad de cámaras que copaban las cornisas del edificio más insospechado, convertían la ardua tarea diaria en una mera coreografía de psicosis a la desesperada. 
 
Pero ¿Qué pretendíamos realmente? Boicotear el sistema, despertar a las mentes adormecidas, que los humanos tomaran conciencia y no facilitaran tanto las cosas, a esta panda de marcianos venidos a menos, a fin de cuentas, no eran tan originales, nosotros ya habíamos inventado el control de masas y si no ésta, otro tipo de pseudodominación.

Queríamos borrar lo acontecido y que a su vez quedara patente en nuestras mentes, quedarnos con lo bueno, como el respeto por nuestro medio y desechar lo indecente para siempre. No olvidarnos nunca del derecho a la libertad y fomentarlo. No dejar en manos de unos cuantos nuestros destinos y adormecernos lánguidamente para siempre. Como si los derechos obtenidos no requiriesen esfuerzo alguno por ser mantenidos. No,...y pasó. 

Pero no ésto si no que me pillaran. Fue una tarde medio nublada, cuando bajaba por las escaleras del metro, alguien posó su huesuda mano en mi hombro, sabía que era un “viren”, helaba.

Al girarme fui apresada sin pregunta alguna. Noqueada de un golpe en la mandíbula que, no, reitero, no dolía. Dolía tanto el sentimiento desde las entrañas como madre que todo ha perdido, que el dolor físico era cuanto menos, una mancha de kepchup en la servilleta del desayuno en una absurda mañana.

Lo siguiente que recuerdo es un vehículo que por las mojadas calles como en un sueño, me teletransportaba, pero no era ficción, tan siquiera alucinación, porque el frío metal era palpable. Porque los pies ya no los sentía. Cierro los ojos y...

"La cama era dura, las correas oprimían mis brazo y piernas, una vez más con la boca tremendamente seca, de tanta pastilla multicolor y esas sacudidas como agujas que recorrían todo mi cuerpo. Pensé, ésto no puede durar por más tiempo, ésto no puede estar pasándome a mí. Pero decidí a duras penas abrir los párpados..."